Comienzos de la contabilidad
Los albores de la técnica contable hunden sus raíces en la más
remota antigüedad entrelazándose con la historia misma de la economía.
En este sentido, quizás, pueda afirmarse que el llevar libros o
cuentas —aunque rudimentaria— es coetáneo con la propia actividad
de comerciar. De otra parte, la técnica de las cuentas se ve enriquecida
por el desarrollo de la vida social, las organizaciones colectivas, y
en suma, por las propias comunidades políticas primitivas.
Gracias a la arqueología se ha descubierto y comprobado cómo ya
en la Baja Mesopotamia, no sólo se habían sentado las bases de una
civilización económica, sino que ciertas instituciones comerciales
habían alcanzado tal grado de perfección que las aproximaba singularmente
a nuestras técnicas modernas. Así lo atestiguan los abundantes
documentos gráficos, textos contables, contratos, recibos, cartas
comerciales, grabados en planchas o tablillas de arcilla cruda. Pieza excepcional e indeleble lo constituye el Código de Hammurabi,
la más antigua colección de leyes que hoy se conoce, descubriéndose
en él, el esbozo de algunas instituciones jurídicas que,
siglos venideros, el derecho romano elevará y perfeccionará desde
su valor y técnica imperecederas. La mayor parte de estos documentos
contables pertenecen a la contabilidad de los templos y son propios
de una economía agraria. Podríamos catalogar este período
como el de la ''economía-templo''. Por él sabemos que los mandatarios
y comisionistas estaban obligados, en Babilonia, a llevar una contabilidad
detallada de todas las operaciones en que participaban en
calidad de intermediarios, en esta contabilidad que especificaba los beneficios
obtenidos en la operación por el mandante o comitente. A su
vez, los templos se convirtieron en establecimientos públicos, cuya
administración exigía el empleo de un personal numeroso, cuyas
cuentas se sometían a un riguroso control.
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Código de Hammurabi. |
Se convierten así en instituciones
bancarias donde se practicaba el préstamo con interés, el
depósito y la realización de diversas actividades recaudatorias.
A pesar de la incipiente técnica contable de estos tiempos, llama
la atención cómo se distinguían en las tablillas los elementos esenciales
de una cuenta: las clases de objetos entregados, el título de la
cuenta, el nombre de los compradores, las cantidades entregadas a
cada uno de ellos y el total de dichos suministros. Incluso aparecen
numerosas planchas que ofrecen elementos de una cuenta moderna:
el saldo del período anterior, la serie de partidas positivas y negativas, el
saldo final que, si se añade a estas últimas, balancea la cuenta.
También en el Egipto faraónico se han hallado documentos de
diversa extensión y contenido tales como, entregas en especie o en
dinero al tesoro, jornales de los obreros y empleados, así como las
cuentas de los templos. El conocimiento de la contabilidad por los
escribas constituía una necesidad imperiosa, tanto en la administración
de las haciendas privadas, como para el Tesoro Público y en los
templos. La casi totalidad de las cuentas que se han descubierto versan
sobre impuestos de la administración y tesorerías provinciales, la
administración patrimonial de poderosas familias nobles, y sobre
todo, la contabilidad de los templos
Del Egipto helenístico conservamos los papiros de Zenón, que
nos permiten confirmar todo lo que se conocía de la contabilidad en
Grecia, y su adaptación a una economía en la que el sistema monetario
no llegó a sustituir por completo a la economía de trueque o permuta,
por lo que los pagos se hacen lo mismo en trigo que en dinero.
También es preciso reseñar —si bien sucintamente— los archivos de
Heroninos, que contenían extractos mensuales de gastos e ingresos
de una gran hacienda rural, enviados por su intendente al noble alejandrino
Amelius Apianos.
En la Antigua Grecia, los primeros banqueros fueron los sacerdotes,
y los primeros bancos, los templos. A través de ellos, se han de indagar
y esclarecer las más lejanas huellas de la contabilidad helénica. Cercano al siglo V antes de nuestra era comenzamos ya a asistir
a la especialización del comercio con dinero, y los primeros bancos
privados se establecen junto a los bancos de los templos. Los trapezistas
o banqueros, depositarios de ahorro y dispensadores del crédito,
desempeñaron un importante papel en estos hechos. Así, mediante
sus operaciones de crédito confirieron un importante auge e
impulso a las transacciones comerciales. Existen fuentes epigráficas
y literarias, que vislumbran la técnica contable en Atenas. Se usaban
normalmente dos libros de contabilidad: los efemérides o diarios, y
los trapedzitika grammata o libros de las cuentas.
Los banqueros griegos anotaban en sus registros todas las cantidades
que pasaban por sus manos, con las fechas de entrada y salida.
Todo cliente tenía una cuenta abierta a su nombre, con una página
para el activo y otra para el pasivo. La exactitud y la lealtad con que se
llevaban los libros les conferían un valor probatorio de primer orden.
El gran desarrollo de los Bancos se verá favorecido por la libre fijación
del interés del dinero, sin que ninguna restricción legal lo limitase.
Es interesante señalar como Atenas poseía, trescientos años antes
de nuestra era, una interesante institución de vigilancia de la hacienda
pública, el Tribunal de Cuentas de los Diez, o Tribunal de los
Logistas, y cuya función consistía en comprobar las cuentas de los
recaudadores públicos y, en su caso, soliviantar a los contadores poco
escrupulosos.
En Roma abundan las huellas de una contabilidad organizada.
Las grandes empresas agrícolas, en las que trabajaban numerosas
personas, exigían una contabilidad detallada. En el tratado De re rustica,
manual de agricultor, de Catón el Censor (234-149 a J.) se puede
leer en el capítulo II: «Se hará la cuenta de la caja, del grano en almacén,
del forraje, del vino, del aceite; se tomará nota de lo que se ha
vendido, de lo que se ha pagado, de lo que queda por cobrar, de lo
que aún falta por vender». El libro fundamental era el Codex accepti et expensi, libro de
ingresos y gastos. En este volumen se asentaba el importe, la clase y
la fecha de todas las transacciones, que primeramente se habían
apuntado de manera sumaria en una especie de «memorial» llamado
adversaria. El codex comprendía una doble serie de anotaciones. Las
cantidades se llevaban, bien al debe, bien al haber, de una cuenta.
Otro libro de cuentas que en la actualidad carece de parangón es
el Kalendarium o libro de los préstamos, llamado así porque como
vencimiento del principal y del interés se señalan las calendas del
mes, que era el primer día de cada mes.
Los banqueros romanos perfeccionaron estas técnicas contables.
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codex accepti |
Del codex accepti hicieron un verdadero «libro de caja» a dos columnas. Los ingresos por cuenta del banquero y de sus clientes constituían
el acceptum o abono; las salidas de fondos, el expensum o debe, a lo que paralelamente cada banquero llevaba un diario especial, liber
rationum o libro de cuentas, probablemente dispuestas en orden
alfabético, en el que cada cliente tenía una cuenta abierta a su nombre.
Las anotaciones en cuenta se llamaban arcaría o créditos. En
Roma, los financieros documentps contables, y a petición de sus clientes debían facilitarles
«extractos de cuenta» (editio rationum), que eventualmente se
redactaron ante el pretor. En virtud de éste, el banquero venía obligado
a exhibir sus cuentas en pleitos con sus clientes y de éstos con terceros,
al conferirles valor probatorio.
Este codex que se mantiene vigente hasta la etapa justinianea,
tenía un valor probatorio superior al de nuestros libros de contabilidad
actuales. Toda anotación hecha con el consentimiento del deudor,
se consideraba como causa de obligación. En relación con la
transcriptio notninum, un texto de Pseudo Asconio considera el chirographum
como un documento único de reconocimiento de deuda
que queda en poder del acreedor y atestigua el negocio que han celebrado.
El singraphwn se redacta en términos objetivos, en doble original
que firman los interesados y cada uno de ellos conserva un
ejemplar, y puede atestiguar negocios que no se han celebrado. Estos
documentos se admiten en Roma con eficacia probatoria por influencia
de las prácticas jurídicas de las provincias orientales.
estaban obligados a dar una cierta publicidad
a sus
Será con el desarrollo del comercio en la Edad Media, cuando se
irá produciendo la confrontación de la técnica y del derecho de la contabilidad, a la par de una emergente e incipiente organización
empresarial como unidad productiva. Se ha dicho, con razón, que el
salto desde las anotaciones simplemente mnemotécnicas al solo servicio
personal del comerciante, a la contabilidad propiamente dicha, se
da con la aparición de la «cuenta» ^^. Esta introduce una ordenación
sistemática en tomo al título que, por sí misma, implica una pretensión
de racionalidad. A lo largo de la Edad Media, junto con el desarrollo
de la actividad mercantil, encontramos documentos gráficos
que nos permiten seguir el devenir histórico de la técnica contable.
Así, el siglo XII señala el comienzo de una nueva era, que está llamada
a alcanzar su más alta expresión en los siglos venideros. Del siglo
XII al XV, Italia del Norte y Flandes fueron, desde el punto de vista
económico, las regiones más florecientes de Europa, en tanto que se
encontraban en el término de las líneas comerciales marítimas. Gracias
a la actividad comercial, industrial, y financiera que se desarrolló
fundamentalmente en Italia del Norte, podemos seguir a través de
sus documentos las etapas históricas de la técnica contable.
Una de las grandes contribuciones para la contabilidad moderna
vendrá por el Liber Abaci de Fibonacci (1202) al que se debe la introducción
en Europa de la numeración indo-árabe y la aplicación de la
aritmética a los negocios. Tres fases podrían periodificar esta evolución de la técnica contable
en la Edad Media:
- a) En una primera etapa, los documentos contables tenían como finalidad suplir los fallos de la memoria cuando, por la amplitud de las operaciones de crédito, los comerciantes se vieron compelidos a consignar por escrito algunas de sus transacciones. Es la contabilidad de tipo memorial.
- b) En una segunda fase —paulatinamente— y obligados por la necesidad, se fueron desgajando del memorial primitivo diversas cuentas concretas: de personas primeramente y de valores más tarde. Se asiste a la formación de la contabilidad por partida simple, que final de su evolución estará integrada por un considerable número de libros, llevados cada vez de manera más racional
- c) Por último, a partir del siglo XIV o, tal vez, incluso del XIII, nace en Italia el sistema de partida doble, y se perfecciona hasta la aparición, en 1494, de la primera obra impresa de contabilidad.
En su primitiva forma los asientos del memorial se suceden en un
orden puramente cronológico, sin ninguna clasificación. Se carga o
abona a los clientes cada vez que se les presta una cantidad o depositen
dinero. Junto a estas partidas, se encuentran entremezclados
ciertos gastos domésticos y alguna que otra transacción mercantil.
Después de la anotación inicial se dejaba un espacio en blanco para
añadir en su día el asiento complementario que cerrase la operación.
Es importante indicar que en estas cuentas aparecen ya los términos
daré y habere. Estos vocablos, se transformaron más tarde en debe y
haber, dando lugar a no pocas interpretaciones caprichosas. Coetáneamente
hubo algunos documentos contables que se salían del marco
rígido de un puro registro de créditos y deudas, recogiendo incluso
operaciones de caja y conteniendo auténticos inventarios. Son los llamados
memoriales-inventarios, o memoriales avanzados. Entre
estos destacaría el de Simón de Rikelike (1313-1326), conservado en
los archivos de Brujas con sesenta y tres hojas.
Un aspecto importante que se ha de tener en cuenta cuando se
examina la técnica de las cuentas en la Edad Media, es el de la colocación
de las cifras en columna, con el objeto de poderlas sumar, los
números se escribían en grupos de cifras, separadas mediante puntos
para facilitar la lectura; cada grupo representaba una cierta categoría
de unidades; la clase de las unidades se indicaba mediante su
signo distintivo, que se colocaba sobre cada serie de cifras.
Pese a todos los perfeccionamientos que se fueron introduciendo,
el memorial único pronto resultaría insuficiente para reseñar todas
las transacciones de las que el comerciante quería conservar nota.
Aparecería un sistema de contabilidad más ordenado y metódico, y
paralelamente, integrado por un mayor número de libros. De este
modo, si la organización, cada vez más perfecta de la empresa, daba
lugar automáticamente a la aparición de cuentas siempre en mayor
número, coexistió con una mayor racionalización en la forma de llevarlas. Respecto a la partida doble, Vlaemminck atribuye a Pacioli la
condición de «promotor» de la partida doble, ya que su inventor es
desconocido. Sabemos que mucho antes de la publicación del tratado
del monje franciscano, la partida doble se utilizaba en numerosas
empresas comerciales, pero no puede precisarse con certeza quién la
utilizó por vez primera. Ahora bien, ello no obsta en méritos la obra
de este monje a quien se debe la exposición de la ciencia de la contabilidad
ya consolidada. Fierre Gamier ha puesto de relieve que la
expresión «contabilidad por partida doble» designaba sucesivamente:
- 1°. La división de la cuenta en dos mitades: debe y haber.
- 2°. El pase de dos anotaciones —un cargo y un abono— por cada operación, de donde deriva la identidad de cargos y abonos, del debe y del haber;
- 3°. La existencia de dos registros que recogen por separado el detalle de todas las operaciones en dos formas distintas: el diario y el mayor;
- 4°. La existencia de cuentas de terceros, que representan a las personas, y de cuentas de valores, que representan a los bienes;
- 5°. La oposición existente entre las cuentas de Balance y las de resultado.
Federigo Melis señala que este método de registro se denominó
inicialmente «asiento doble», y a partir de 1500 «libro doble». Fuera
de Italia se llamó, hasta fines del siglo XVIH, «método italiano». En
1755, Scali introdujo la expresión «partidas dobles». En el siglo XIX
la expresión empezaría a usarse en singular: «partida doble».
Merece mención específica la figura de Luca Pacioli, quien para
algunos es considerado el padre de la contabilidad, religioso franciscano,
nacido en la Toscana hacia 1445, se le considera como el
más grande matemático y uno de los mayores genios del siglo XV.
En lo concerniente a la contabilidad, Pacioli no se ocupa más que
de tres libros: el Memorial (o Borrador), el Diario y el Mayor.
Señala que para empezar los asientos hace falta redactar un inventario,
mas no prevé un libro de inventarios. Pacioli recomendaba
invocar el santo nombre de Dios en el encabezamiento de todos los
libros y escritos, algo que por lo demás era corriente en la época.
Cuando describe la manera de traspasar los asientos del diario al mayor, muestra con claridad el mecanismo técnico del método de
partida doble. Estudia las cuentas del mayor en un orden francamente
racional: cuentas de personas y de valores; cuentas de gastos
y cuentas de resultado. Coloca a la cuenta de Capital entre las de
personas y no entre las de resultados, de acuerdo con la primitiva
representación de esta cuenta, que era la deuda para con los socios
en las primeras «compañías».
Los estatutos italianos recogen la obligación de llevanza de los
libros, autenticados por las autoridades municipales y su valor probatorio,
contra quien los lleva y también en su favor, si se contemplan
con otras pruebas y su titular no ha sido declarado infame. Todo
ello nos lleva a afirmar el indudable y significativo papel que desempeñaría
la contabilidad en la gestación del capitalismo y en su carácter
esencialmente racionalista.
La España del siglo XVI, ofrece un marco idóneo para la observación
del desarrollo de la contabilidad. No en vano la importancia
de su comercio y el amplio intercambio que mantenía con los países
más avanzados en el aspecto económico en aquella época, hacen
suponer que la contabilidad por partida doble debió conocerse muy
pronto, y desde luego, dadas las constantes relaciones de nuestros
comerciantes con los de Venecia, Florencia, Flandes, antes del
siglo XVI, en que se publican los primeros tratados que se ocupan de
la partida doble. Entre las figuras más señeras destacan: Diego del
Castillo, con su Tratado de Cuentas, realiza un estudio desde el punto
de vista jurídico de las distintas cuestiones derivadas de la administración
de bienes ajenos; Gaspar de Texeda, con su obra Suma de
Arithmetica Practica y de todas Mercaderías con la orden de Contadores;
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, que en 1547 escribió el
Libro de la Cámara Real del príncipe Don Juan.
Así aparece en Castilla una regulación general con las Pragmáticas
de 4 de Diciembre de 1549 y de 11 de marzo de 1552, que exigían la
contabilidad por partida doble y ordenada, bajo sanción de pérdida
de los bienes no registrados, y de multa si no se realizan los asientos
en lengua castellana, o en esta o toscana, si «fuera de estos Reynos».
En esta etapa histórica, los primeros numerales utilizados en los
documentos y libros de cuentas españoles fueron los de la numeración
romana o «cuenta romana». La evolución de la numeración
romana fue singular y diferente en los distintos reinos cristianos de
España, como consecuencia de la utilización de monedas de cuenta
de diferente valor para llevar los registros contables —en Castilla el
maravedí y en Aragón y Navarra la libra—. Esta situación se mantuvo
durante dos siglos, hasta que, en el siglo XV, aparece la «cuenta
hispano-romana», que desemboca en un nuevo sistema de numeración,
que en Castilla recibió el título de «cuenta castellana», y que
no tardó en difundirse por la Península con el calificativo de «cuenta llana» o simple.
En un primer momento, en el texto o cuerpo de los libros de
cuentas, el importe de los asientos se expresaba en «cuenta romana»
y en la columna de las cantidades, también se anotaban éstas en
numeración romana. Con la introducción de la «cuenta castellana»,
se reemplazó, tanto en el cuerpo como en la columna de cantidades,
el sistema de numeración romana por el nuevo, bien en los libros
«manuales» y de «caxa», bien en los «comunes» o en los de «pliego
horadado».
Posteriormente, en el siglo XVI, se comienza a introducir,
en los libros de cuentas, cifras arábigas o guarismos, que motivaron
la aparición de la «cuenta guarisma». Esta nueva forma de
cuenta sustituye a la castellana, inicialmente, en el cuerpo de los
asientos de los Libros Diario y los Libros Mayores de bancos y mercaderes,
pues en la columna de las cantidades se seguía empleando la
«cuenta castellana». Pero no tardó en cambiar esta costumbre, de
manera que tanto el texto como la columna de cantidades, unificaran criterios y utilizarían sólo la «cuenta guarisma». Hay que esperar
hasta el siglo XVII, para encontrar nuestro sistema de numeración
actual en los libros contables.
Con respecto a la España del siglo XVII, si pobre fue en el siglo
anterior la literatura contable de la península, aún lo es más, si cabe,
la del siglo XVII, pues los dos únicos libros que hacen referencia a la
contabilidad nada tienen que ver con la técnica contable. La primera
obra aparece en 1603, del abogado de la Audiencia y Cancillería de
Valladolid Francisco Muñoz de Escobar, bajo el título De Ratiociniis
Administratorum et alliis cariis computationibus tractatus, una obra
que trataría de todo lo referente al aspecto jurídico de la contabilidad
y de la rendición de cuentas de toda clase de administradores. En
1617 Juan de Hevia y Bolaños publicaría Laberinto de Comercio
Terrestre y Naval, en cuyo libro II del «Comercio Terrestre» dedica los
capítulos VII y VIII respectivamente, a los libros y a las cuentas, recogiendo
en ellos todo lo legislado en cuanto a libros de comercio y formas
de rendir cuentas. Posteriormente el Laberinto pasaría a formar
la segunda parte de su Cuña Filípica.
La gran figura de la contabilidad del siglo XVII, sería desempeñada
por un autor de Brujas, Simón Stevin (1548), quien de 1605 a
1608 publicaría en Leiden un gran tratado en cinco volúmenes, Wiscontighe
Ghedachtenissen, sobre matemáticas, cosmografía, geometría,
óptica, y en la segunda parte del quinto volumen, sobre la contabilidad
24 -Es meritorio destacar la estrecha concepción que Stevin
tenía de la contabilidad-. Su misión se reduciría a proporcionar el
exacto conocimiento del efectivo en caja y a fiscalizar al cajero o a los
que manejan los fondos de la empresa. Por otra parte, Stevin ha sido
el primer autor que estudia la contabilidad pública, a la que denominaría
la «contabilidad del Príncipe».
La contabilidad del siglo XVIII quedaría eclipsada por la influencia
de Francia, consumada ya la decadencia de los autores italianos.
Destacamos en este siglo a Edtnond Degranges, sin duda uno de los
más relevantes escritores en materia de contabilidad para su época.
Como señala Vlaemminck, «Su diario-mayor y su clasificación de las cuentas en cinco categorías parecen haber hipnotizado a sus contemporáneos
y a sus sucesores... ciertamente se inaugura con él la era de
lo que podríamos llamar de la contabilidad artesana.».
Es el primer autor que ideó y difundió la contabilidad a base de
columnas múltiples, llamada «sistema de diario-mayor» o más vulgarmente
«contabilidad americana». El diario-mayor de Degranges
tiene ocho columnas. De izquierda a derecha son: total, mercancías
generales, caja, efectos a pagar, pérdidas y ganancias, cuentas diversas,
y total de cada cuenta particular en el mayor.
La clasificación de las cuentas generales o impersonales las reduce
a cinco: caja, mercancías generales, efectos a cobrar, efectos a
pagar, pérdidas y ganancias.
Contemporáneo a Degranges, destacamos también al inglés
Edward Thomas Jones, contador de Bristol, que alcanzaría cierto
renombre en su época. Ardiente adversario de la partida doble a la
cual califica, «tan complicada como oscura, y hasta cuyo nombre
tiene algo de misterioso; ciertamente que nunca se ha empleado un
sistema más ingeniosamente ideado para ocultar la infamia, aunque
no haya sido ésta la finalidad de su invención. ¡Pero dentro de poco
caerá en el olvido!».
Este autor contrapone la partida simple a la partida doble. Enumera,
con complacencia, las ventajas de la primera, especialmente
con su sistema. Expone que con la partida simple no cabe el menor
error y se obtienen balances mensuales —incluso aún con más frecuencia—,
sin el menor inconveniente.
Jones no empleaba más que los siguientes libros: el antiguo
memorial, que en este caso actuaba simultáneamente de diario, y el
mayor.
En la España del siglo XVIII, encontramos en 1718 la obra de
Manuel De Zubiaur y Eyzaga, Arithmetica practica para instruir la
Juventud, cuyo último capítulo se ocupa de la forma de las cuentas que han de presentar los administradores. En 1773 se publica en
Cádiz bajo el título Arte de Partida Doble a cargo de Luis De Luque y
Leyva, quien propugnaba el empleo de diez libros para llevar la contabilidad.
En 1793 Sebastián De Jócano y Madaria pública Disertación
crítica y apologética del arte de llevar cuenta y razón, un alegato a
favor de la contabilidad en general y de la partida doble en particular.
Realiza además un importante estudio de lo que pudo haber sido la
evolución de la contabilidad desde el sencillo libro común o de pliego
horadado (el «memorial» de la Edad Media) hasta la partida doble.
Serían las Ordenanzas de Bilbao las que vengan a distinguir las
obligaciones contables del comerciante por mayor y el comerciante
por menor, exigiendo para el primero cuatro libros —manual o
borrador, libro mayor, libro para asiento de cargazones o factorías y
un copiador de cartas—, y para el segundo únicamente un libro; también
se regularán los aspectos formales en lo atinente a la llevanza
de los libros, así como su valor probatorio por vía de sanción; se exigía,
a su vez, balance al menos cada tres años a fin de que conste y se
halle en limpio o líquido del caudal y sus efectos, lo que venía a ser
prueba para conocer en caso de quiebra si ésta lo fue por desgracia, o
por malicia.
Asimismo en las Ordenanzas de Bilbao, aprobadas por Real Provisión
de 2 diciembre de 1737, figuraría por vez primera la denominación
de partidas dobles, así el articulo número 6 del capítulo 9 señala:
«Si alguno o algunos comerciantes quisieren tener más libros, por
necesitarlos según la calidad de sus negocios para mas claridad y
gobierno suyo, y distinción, y división, de ellos, y sus anotaciones y
asientos particulares lo podrán hacer y practicar, ya sea formándolos en
partidas dobles, o sencillas, lo qual quedara a su arbitrio y voluntad; y
según el método que en quanto a esto llevaren, deberán arreglar la formalidad
del libro de facturas.»
En Francia, ya la Ordenanza de Cólbert de 1673, reglamentó la
utilización de los libros de comercio. Hizo obligatorio para los
comerciantes el uso de los libros de comercio y prescribió, al propio
tiempo, ciertas formalidades destinadas a garantizar que se llevasen en regla. De ella se inspira, en la parte relativa a los libros, el actual
Código de comercio español de 1885.
El siglo XIX marcará una etapa de grandes hitos y contrastes en
la consolidación y florecimiento de una literatura contable exhaustiva.
Libros de primer orden debían convivir con libros de contabilidad
de escasa valía. Como testimonio sirva la crítica de Vlaemminck,
«son innumerables los autores de última fila que dieron a la prensa
libros con títulos charlatanes, que las más de las veces tenían
como objetivo inconfesado hacer salir a sus autores de la oscuridad
en que vegetaba con razón.».
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, empezaron a celebrarse
los congresos de contabilidad, que tuvieron la virtud de universalizar
los métodos contables.
Federigo de Melis, en su Storia della Ragioneria (1950), hace de
Francesco Villa, el promotor de la contabilidad científica. No duda F.
Melis en ver en F. Villa el punto de arranque de una nueva era en la
Historia de la Contabilidad al igual que en su día lo fuera Pacioli.
Francesco Villa, brilla con luz propia, sobresaliendo entre el resto
de autores. Su primera obra titulada Manuale per la tenuta dei registri,
se publica en 1837. Tres años más tarde vería la luz su gran
obra: La contabilitá applicata alie amministrazioni prívate e pubbliche.
Refundida diez años más tarde en Elementi di amministrazione e contabilitá.
Villa delimitará el alcance de la contabilidad. Para él la teneduría
de los libros es la parte mecánica de la contabilidad, a la que no se
puede calificar de ciencia. La contabilidad tiene un contenido más
amplio, ya que puede considerarse como un conjunto de principios
económico-administrativos aplicados al arte de llevar las cuentas o
los libros.Este autor considera el control como objetivo de la contabilidad,
reconociéndose como campo de acción la organización de la empresa
y la administración del patrimonio. Divide su tratado en tres partes:
- 1° Conceptos económico-administrativos,
- 2° De la teneduría de libros y de sus aplicaciones, y;
- 3° Organización administrativa y revisión de cuentas.
Otro autor relevante es Giusseppe Cerboni, que nace en 1827 y es
uno de los principales introductores de las corrientes logismográficas.
Publicaría en 1886 su obra fundamental: La ragioneña scientifica
e le sue relazioni con le discipline amministrative e sociali. La logismografía
es la moderna expresión de la teoría personalista, fundada
en el principio de la personalidad de las cuentas. Considera que toda
operación administrativa produce relaciones de cargo y abono entre
las personas naturales o jurídicas, susceptibles de ejercer derechos y
contraer obligaciones por sí mismas o por su representación, que
poseen un interés o desarrollan una acción en la empresa. Para poner
de manifiesto estas relaciones, será preciso abrir una cuenta a cada
una de tales personas, de forma que todas las cuentas han de ser
absoluta y exclusivamente personales.
El concepto fundamental que justifica la logismografía es la
azienda. La organización contable de una empresa basada en la
logismografía comprende cuatro libros fundamentales: el diario, el
libro de desarrollos, las minutas de las cuentas y el cuadro de contabilidad.
Circunscribiéndonos a España, el pensamiento contable oscilaría
entre la influencia francesa y la italiana. Así predominarán las traducciones
francesas en los tres primeros cuartos de siglo y las italianas
en el último cuarto.
Un primer autor especialmente destacable es Manuel Víctor De
Christantes y Cañedo, quien publica un opúsculo en 1825 denominado
Primera y última lección de Partida Doble para los que saben el
sistema sencillo de contabilidad, y que años más tarde pasa a constituir
el primer capítulo del libro Tratado de Cuenta y Razón, ó
cuentas del español Jeremías, inventor del método de llevarlas en
Partida Doble, editado en 1838 no exento de una fuerte dosis de
humor sarcástico. Los puntos relevantes de su doctrina se centra
en:— la permanencia del inventario equivalente al que a finales de
siglo utilizarían los autores italianos partidarios de la logismografía y
la statmografía;
— es partidario del empleo de la partida doble en el Estado,
— sienta el principio de que «puede establecerse el sistema de
cuenta y razón por Partida Doble sin necesidad de ninguna de las
cinco cuentas generales que tan indispensables consideran los escritores
extrangeros y españoles».
Influido por la idea de la contabilidad presupuestaria aconseja
cambiar de libros todos los años y que no se pasaran los saldos al
ejercicio siguiente, sino a medida que se fueran conformando las
cuentas, lo que provocaba la duplicación de cuentas, al menos, en
dos libros.
José María Brost publica en 1825 un libro titulado Curso completo
de Teneduría de libros ó modo de llevarlos por partida doble. Una
obra inspirada en la de Degranges que reproduce al menos la parte
teórica. Partidario de la teoría de las cinco cuentas generales, apela
además al recurso clásico de personificarlas. En 1845 edita otra obra
que intituló Rudimentos de Contabilidad Comercial ó Teneduría de
libros por partida doble.
Pero la genuina obra que marcaría un punto de inflexión en la
difusión de la contabilidad en España es La verdadera contabilidad ó
sea Curso completo, teórico y práctico de la teneduría de libros por partida
doble publicado en 1863 por Francisco Castaño Diéguez. Partidario
del principio fundamental de la partida doble, señala que todos
los negocios o transacciones mercantiles consisten en cambios de
cosas por otras entre dos o más personas, y que estos cambios pueden
reducirse a dos categorías: «completos» e «incompletos», división
que se ha hecho clásica en la literatura contable española.
Un opositor frontal al sistema de la partida doble a la par que la
logismografía es Bonifacio González Ladrón de Guevara, que en
1886 publica Descubrimiento de la ciencia de la contabilidad ó Tene-duna de libros demostrativa.
Cinco años después ve la luz La contabilidad
técnica que expone ampliamente la evolución doctrinal del
autor.
Para González Ladrón de Guevara, la contabilidad no sólo es una
ciencia exacta, sino que incluso considera que la ciencia del derecho
es parte de la ciencia de la contabilidad. Para él, el error de la partida
doble radica en el hecho de que la existencia de cuentas de valores
cuyo saldo carece de todo significado, quita exactitud a la contabilidad.
Por otra parte, estima necesario que el Diario permita conocer,
en todo momento, el capital líquido de la empresa. El método que
propone y denomina Contabilidad Demostrativa, es una parte de las
matemáticas que se funda en la cuenta de restar. Para el desarrollo de
su sistema emplea los denominados Diario demostrativo o técnico y
libro general, equivalentes, respectivamente, Diario y Mayor de la
partida doble, aunque distintos en cuanto al fondo y a la forma. Al
margen de estos dos, habrían de llevarse los libros de los Encargados.
Entre las tendencias contables del siglo XIX en otros países merece,
aunque sucintamente, destacar un grupo de autores de lengua
alemana. S. G. Maisner, en 1803 publica la obra Die Kunst in drei
Stunden ein Buchhalter zu werden. Seguidor de Degranges que en
lugar de emplear un diario único utiliza dos: uno de caja para las
operaciones al contado y un segundo diario para las demás operaciones.
Estos diarios presentan en páginas contrapuestas el debe y el
haber de las cuentas. Maisner no contabiliza todas las operaciones
por partida doble, ya que numerosos asientos no requieren contrapartida
en su sistema. En 1822 Joseph Szarka publica un libro que se
aparta decididamente de la tesis personalista «cinquecontista» y propone
una concepción materialista de las cuentas, semejante a la que
expondrá en 1834 el italiano Crippa.
La teoría «duocontista» se expondrá en 1850 por el autor alemán
Kurzbauer en su obra Lehrbuch der Einfachen und Doppelten Buchhaltung. Joseph Schrott ejercería una significativa influencia
durante la segunda mitad del siglo, poniendo de manifiesto la función
de control interno del método de partida doble y la oposición entre las cuentas que registran las variaciones de la sustancia patrimonial
y las que presentan los resultados de la gestión. Por último, el
suizo F. Hügli editó en 1894 Die konstante Buchháltung. Se le considera
el iniciador de la teoría de la Zweikonten. El procedimiento de
registro preconizado por su autor es claro, llevar la contabilidad
constantemente al día a pesar de la supresión de los libros auxiliares
clásicos.
Hemos de destacar a su vez, como a raíz de la codificación del
siglo XIX, en el ámbito de la contabilidad, auspiciada por un racionalismo
liberal, surgen unas directrices que son, más o menos, reflejo
de las generales, que en materia de Economía y Sociedad se expresan
en vínculos con normas e instituciones mercantiles. Así entre los más
relevantes destacan: la aparición de la Macrocontabilídad; el desarrollo
de la ciencia económica en las ramas de microeconomía, que va
produciendo una paralela atención respecto del contenido de la contabilidad,
en cuya dirección hay que situar también la complejidad
que adquiere, en el sistema capitalista, la estructura empresarial y la
aparición de las formas de intervencionismo público, y, finalmente, la
influencia sobre la contabilidad de los adelantos tecnológicos, y en
especial de la revolución ofimática. La afloración de los intereses generales inunda por doquier todos
los resquicios del mundo empresarial, constituyendo un sector básico
de la evolución contemporánea de la contabilidad, de este modo la
información económica de las empresas que suministra la contabilidad,
desborda el interés de los titulares de aquellas, y, en su caso, de
los socios, extendiéndose a todos los agentes económicos.
Paulatinamente se va sintiendo la necesidad de profesionales
expertos ante la complejidad de la materia, a la vez que surge una
corporativización de los mismos que asegure una razón de ser de la aparición y desarrollo de los expertos contables
puede sintetizarse en suma, en la tendencia a la profesionalización
en forma de profesión liberal de los contables en aras de sus servicios
a intereses públicos. Por otro lado, el aseguramiento del honor
y la ética profesional, a la par que la independencia, tanto más cuanto
que los datos contables dan ocasión al conocimiento de secretos
que se desean respetar, sin perjuicio de la difusión de las consecuencias
de dichos datos.
Ya en el siglo XVII existían contables de renombre en Inglaterra
que ejercían libremente.
En 1853 se funda en Escocia la primera
sociedad de Chartered Accountants que daría lugar a otra organización
análoga en Liverpool en 1860. Veinte años más tarde nace el
Institute of Chartered Accountants of England and Wales. En Estados
Unidos aparecería la American Association of Public Accountanst, y
en Alemania la Verband Deutschen Revisorem. En Francia, en 1881,
se connstituye la Société de Contabilité. En el presente siglo se consolidan
los cuerpos de contables profesionales e independientes
(Experts comptables, Comptables agregeés, Institute of Chartered
Accountants of England and Wales, Wirtschaftsprüfer,...).
En España constituyen precedentes de la organización actual los
Colegios de Contadores Jurados de Bilbao de 1927, posteriormente
constituidos en Madrid, Barcelona y Vigo. Más tarde, el Consejo
Superior de Colegios Oficiales de Titulares Mercantiles, constituido
por Decreto de 15 de Diciembre de 1942, promovió el Instituto de
Censores Jurados.
Finalmente y ya como corolario a este escueto y sucinto análisis
de la historia de los libros contable, hemos de incidir en la importancia
generada por los Planes Nacionales de Contabilidad, que realizan
una normalización o estandarización contable a nivel nacional y, al
proceder o manar del ámbito legislativo estatal, contiene una certeza
equiparable a la de las fuentes legales, a la vez, que una cierta pretensión
de ejemplaridad.
El proceso evolutivo de estos planes arranca en 1927, auspiciado
desde la Universidad de Kóln por el profesor Schmalenbach, quien ha
ejercido una gran influencia en los estudios de economía privada,
analizando a fondo la idea de la contabilidad de gestión y aportando
una serie de obras de acuerdo a un plan de conjunto, siendo ya un clásico su Dynamische Bilanz. En nuestro país, los trabajos sobre planificación
contable se asumirán por la Comisión Central de Planificación
Contable, el Instituto de Planificación Contable, y el Consejo Nacional
de Contabilidad, naciendo el Plan Contable español de 1973. Un plan
que atendía a las siguientes características: lista de cuentas con sus
títulos que permite el análisis comparatista de los balances de las
empresas, la denominación de dichas cuentas, y cuál tiene que ser su
contenido en el número muy elevado de posibilidades que en el
mismo se preveían, identificaciones de tipo formal, rendición de cuentas
anuales, principios contables, reglas de conducta,...
Tras nuestro ingreso en lo que otrora era la CEE, una nueva página
se abre en el devenir de la contabilidad, y en donde la armonización
de las diferentes directivas comunitarias sienta las orientaciones
generales que han de inspirar las actuaciones legislativas de los diferentes
estados. Fruto de ello es el nuevo Plan General de Contabilidad,
aprobado por RD 1643/1990 de 20 de Diciembre. Quizás por
la proximidad y vigencia de la misma, quizás por exceder de la materia
objeto de este humilde trabajo, concluimos aquí la perspectiva y
trasiego histórico de los Libros Contables.
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